Conscientes de nuestro ser, del Universo, de los mundos que vamos conformando, acorde la visión que nos hacemos de los demás, de la creación, del sentido de la misma y de la propia existencia, otorgamos a la vida un sentido, una misión, un para qué. Será ese para qué el que una dirección a nuestra existencia; de tal modo saber si nos alejamos o acercamos a él; será ese para qué el que nos dé la fuerza necesaria para superar toda situación o circunstancia. “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”, decía Nietzche. El psiquiatra Víktor Frankl, prisionero en el más cruel campo de concentración que haya existido – en Auschwitz- elaboró su psiquiatría sustentada en el descubrimiento del sentido de la vida. Sus palabras nos alertan:
“Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. (…)
“Vida” no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea.
Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha de reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga. (…)Ante nosotros teníamos una buena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que era preciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidad y de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ninguna necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de sufrir. (…)Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí mucha similitud. Ambos prisioneros habían comentado sus intenciones de suicidarse basando su decisión en el argumento típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colección de libros que debía concluir. Nadie más que él podía realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca reemplazar al padre en el afecto del hijo. (…) Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el “porqué” de su existencia y podrá soportar casi cualquier “cómo”.” (Víktor Frankl. “El hombre en busca de sentido” Ed. Herder, Barcelona, 1991. http://homepage.mac.com/eeskenazi/frankl.html )
Una de nuestras más importantes y urgentes tareas es ayudar a descubrir el sentido de vida; pues son muchos los jóvenes e incluso niños que no sienten ese impulso o coraje de vivir, ese para qué vivir. Por ello se muestran indiferentes ante la vida, la exponen sin ningún motivo; no ven en la vida nada valioso; nada por qué luchar, por qué superarse. No se puede vivir sin soñar, sin un ideal.
No es lo mismo tener un ideal que ser utópico; pues la utopía no tiene sustento real, afortunadamente es un imposible; pues si lo fuera sería destructiva. Así, es una utopía pretender que todos vayan a la Universidad pues, en primer lugar no todos tienen vocaciones intelectuales; tampoco todos poseen capacidades intelectuales y, lo más importante, existen vocaciones tan o más importantes que las universitarias: ser pastor, leñador, jardinero, pescador, aseador, modista, artesano, cantante, pianista, conductor de buses, camiones, etc. Lo importante es aprender a valorar cada trabajo pues cada labor bien realizada dignifica a la persona ¿Podría existir un médico, profesor o arquitecto, si no hubieran cocineros, constructores, aseadores, gasfíter, etc.? El problema es la sobre valoración de algunas profesiones y la minusvaloración de otras. Educar la sensibilidad para respetar, admirar y agradecer la labor del pescador y la del músico o matemático… Descubrir lo que la vida espera de nosotros y lo que nosotros esperamos de ella y de nosotros mismos.
Un ideal de vida debe guiar toda nuestra existencia, por lo tanto, debe ser alto para dar sentido a cada decisión, acción, obra, renuncia… Lo importante es que se adscriba a la idea de perfección de nuestro propio y auténtico ser. De este modo será nuestro criterio de autoevaluación, de superación que responderá si vamos en una vía de mejoramiento, superación o decadencia.
La ruta de nuestro ideal, coincidirá con la ruta de nuestra felicidad. Pues la felicidad no es un sentimiento producto de una emoción pasajera ante un logro o meta cumplida. La felicidad es un estado consecuencia de nuestra real realización que es tal, si responde a nuestro ser esencial, esto es, al verdadero ser que soy. La felicidad, por lo tanto, es algo muy distinto al placer o a la alegría de un momento. Es más, a la felicidad no se opone el dolor; pues el dolor tiene un sentido si está en la ruta auténtica de nuestra existencia. Así, agotados por el cansancio, con dolor y temor pero felices, culminó la labor de quienes heroicamente expusieron su vida para salvar del fuego a personas, bienes patrimoniales, flora y fauna.
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