The notebook What Dreams May Come
August Rush A primera vista
1. El amor es la forma que tenemos de hacernos auténticamente presentes en y ante el mundo: Cuando amamos y sabemos que nos aman, podemos ser nosotros y, simplemente, presentamos tal cual somos; sin máscaras, sin hipocresías, sin inautenticidades; sin temor a ser descalificados o violentados. El amor es la forma más auténtica de existencia personal, es la forma que tiene nuestro ser esencial de existir. Así, el amor nos confirma como personas auténticas, íntimas, únicas, semejantes pero nunca idénticas.
2. Por cuanto somos personas íntimas, sólo cada uno puede amar su amor; nadie puede amar por mí: la fuente, el origen y fuerza del amor es cada sí mismo. Lo amado puedo ser yo o los demás; pero el amor es la energía de ser que brota de nuestra esencia, irradiándola e invitando al amado-a a también amar. Por ello, el amor es libre, pues nadie puede invadir nuestra intimidad; así como tampoco somos parte o propiedad de alguien. El amor no esclaviza, no se apropia, no te invade: admira, respeta, coopera, complementa, espera, propone.
3. Por lo mismo, el amor requiere de almas fuertes y nobles, que puedan comprometerse y responsabilizarse de su amar. Por ello, el amor es una invitación al encuentro de intimidades unidas por una comunión de presencias que se dignifican, enaltecen. Por ello, todo amor es benevolente, esto es, desea el bien del amado-a; aunque ello implique su alejamiento. El amor, por lo mismo, es desinteresado: da para que el amado-a esté bien; no da pensando en recibir; no es una relación de negocio sino una comunión de dignidades que, por sobre todo, se respetan. De ahí, el sentido del sacrificio de amor, cuando los amantes ofrecen al amado-a lo que en ellos causará una necesidad no satisfecha pero nunca más importante que la mayor convicción de amor: el amante sabe que es feliz haciendo feliz al amado-a: “Soy feliz haciéndote feliz”. Por ello, el dolor siempre formará parte del amor: sufrimos con el sufrimiento no sólo propio, sino del amado-a; sufrimos al no poder ayudarle, a no poder reemplazarlos en el dolor y sufrimos con su lejanía… El amor de los padres a sus hijos sabe muy bien de ello: el niño enferma y la madre, padre. Sienten el dolor de la impotencia…. Cómo gustosos dolerían por los hijos, desde ese dolor de muelas hasta ese desamor, traición o fracaso… Pero no, somos seres íntimos y cada cual debe doler su dolor de muelas y sufrir sus sufrimientos y alegrar sus alegrías. Por supuesto, tus tristezas me pondrán triste; pero entonces seremos dos sintiendo cada uno sus propias tristezas y mutuamente consolándonos (con-solar significa estar con la soledad del otro, acompañarlo). El amor padres-hijos es un amor que sabe de muchos sufrimientos: el hijo en un principio es tan dependiente que es fácil que los padres sientan que les pertenece. Pero el niño va creciendo y con ello va cobrando cada vez más independencia, corriendo mayores riesgos, mayores éxitos y fracasos. Aventureros de la vida, fascinados con la novedad, primero de los juguetes, luego de las sensaciones y emociones que puede ofrecer una vitalidad juvenil que se inicia en la vida (sexualidad, alcohol, drogas, deportes, juegos de azar, caudillismo…) los padres sufren el riesgo a que sus hijos se exponen… Entonces surge el deseo “ojalá permanecieran niños, al resguardo del hogar, bajo el mandato y responsabilidad de los padres…”. Pero no, la vida sigue, no se detiene, hay que cruzar etapas y cada etapa tiene su costo de madurez para pasar a la siguiente… Entonces, “afortunadamente”, tal vez venga el otro sufrimiento: una profesión cuyo estudio y ejercicio requiere lejanía (que generalmente el joven también la quiere) y, luego, después de tanto sacrificio de amor… el hijo ya adulto anunciará que formará su propia familia… Es la historia de la vida y del amor y del sufrimiento y sacrificio de amor que no resta felicidad porque tiene sentido: somos felices amando y quien ama no pretende más: sólo amar y que el amado esté bien y crezca humanamente, esto es, sea un gran hombre o una gran mujer.
Es la historia de vida contada a grandes rasgos; sin parar en los accidentes y situaciones límites de un Kevin que sale de su casa para ir a correr y un chofer ebrio le amputa las piernas o de la pequeña o adolescente que es violada o asesinada por psicópatas; o del niño o joven que enferma de un cáncer irremediable. Alguien podría pensar: ¿No sería mejor no amar y así no nos exponemos a tantos y tan grandes sufrimientos? La respuesta es clara: quien renuncia al amor, parte renunciando a la felicidad; pues es el amar lo que nos hace felices y da sentido a todos nuestros desvelos. De lo contrario, ¿para qué ser profesores, médicos, arquitectos, modistas, pescadores? Pues hemos de saber, que si hay tanta infelicidad, es, precisamente, porque muchos actúan (piensan, dicen, trabajan) no por amor sino por conveniencia o simple, egoísta y superficial placer.
4. No confundamos querer con amar: Es fácil decir “te quiero”; no es fácil decir “te amo”. Y es fácil decir te quiero porque el verbo querer lo usamos constantemente: quiero agua, quiero descansar, quiero comer, quiero dormir, quiero ir al baño, quiero ir a bailar, quiero un auto, quiero un computador nuevo… te quiero.
Nada más distinto al amor que el querer: El querer es egoísta, consume o usa lo querido para su propia satisfacción, lo querido puede ser reemplazado si es accesible algo de mejor calidad, utilidad o que cause más satisfacción, cuando el querer es satisfecho, hay placer; todo querer y placer tiempo un tiempo, más allá del cual se vuelve en desagrado, dolor o displacer. El querer llevado a su máxima expresión da lugar a la envidia y al odio que es el deseo y placer de destruir al odiado-a. Veamos algunos ejemplos:
Quiero agua, tengo sed… Mientras tenga la necesidad sed, voy a querer lo que la satisface: agua. Tomo agua y siento placer. El placer requiere que exista la necesidad y aquello que la satisface…. Ya no quiero más agua, ya no tengo sed; no volveré a querer agua hasta que no vuelva a necesitarla. El agua la consumí, para eso es, para satisfacer mi necesidad. El querer está centrado en el yo: yo tengo sed, yo quiero agua; yo no quiero más…
Así, aquello que nos causa mayor sensación de placer, puede convertirse en un displacer, si es llevado más allá de la necesidad; incluso, puede causarnos la muerte. Eran famosos los concursos de resistencia de baile que se transformaban en suplicio para los bailarines. Por mucho que nos guste una comida, más allá de cierta cantidad se convertirá en un desagrado; de tal forma, ya no querremos verla, ni sentir su olor. Por lo mismo, entre necesidad y necesidad se produce un corte con lo querido: nos olvidaremos del agua hasta que volvamos a desearla. El problema es que a veces queremos y sólo queremos a las personas: las usamos para satisfacción de nuestras necesidades y sólo en tanto las satisfacen; mientras sirvan y no aparezca algo mejor que las reemplace… Ante la sed, aceptamos el agua; pero si nos ofrecen un jugo de la fruta que más nos gusta… y si tal persona lo sabe preparar mejor… y si es servido en un ambiente más cómodo? Por ello, cuando la persona se sabe no amada sino sólo querida, siente celos y envidia a todo aquel o aquella que pueda aparecer más apetecible, más útil.
Por lo expuesto, podemos deducir que es el querer el que nos lleva a etiquetar las personas: Tal persona es superficial, tonta pero me sirve para satisfacer necesidades sexuales; esta otra es aburrida pero tiene buenos apuntes de clases; esta otra tiene solvencia social, esta otra me escucha y hace reír, la otra cubre mis necesidades materiales y ahora quiero estar solo-a…
Es el querer también el que nos induce al odio; así, cuando etiquetamos a alguien como un obstáculo que es necesario destruir; cuando la envidia envenena el alma, a tal punto, que eres feliz con su desgracia y sientes pena con su alegría.
Alguien podría preguntarse ¿Podemos amar y querer? Es que entonces no será querer será amor; pues quien ama siente “placer” al estar con el amado, “quiere” sus caricias… pero en verdad, no es mero querer, ni mero placer. Por ello, se ama besando y se ama trabajando para el amado-a; se ama haciendo proyectos en conjunto y colaborando con los del amado-a, se ama cuidando y cultivando el amor, construyendo un hogar, una familia, una escuela, un país, se ama consolando, dando ánimos y escuchando; se ama en el silencio, en la risa y en el llanto. Cuando amamos, después del placer continúa el amor expresado en la ternura, en el darse la mano. Quienes se aman, fortalecen su mor en la distancia; quienes sólo se quieren, con la distancia y sin ella, viene fácilmente el olvido y, si hay problemas, el alejamiento. Quien sólo te quiere no te respeta sino sub-yuga (pone bajo su yugo) para tenerte a su disposición; cualquier intento de afirmación o valoración personal le irritará; pues necesita que te sientas inferior y a sus pié. En el querer no hay una comunión de amor sino una fusión o absorción de lo querido, que va siendo consumido por el queriente. En el queriente no hay un acogimiento del ser del otro, no hay una valoración; pues entonces no podría sólo quererle… Si amáramos el agua, o esa lechuga, no la comeríamos; así como nadie podría comerse su mascota.
5. En todo amor – trátese del amor filial (padres- hijos-abuelos- hermanos…), del amor de amistad, del amor de pareja, del amor vocacional, del amor por la naturaleza, del amor por el terruño o por la patria, del amor oblativo (el amor a Dios y a los semejantes)- para el amante, el tú amado-a es lo más importante; por ello el amor es siempre generoso; da sin esperar retribuciones: se es feliz amando. Por ello, cuando el amado da las gracias, el amante se emociona. Por lo mismo, cuando el amante hace un sacrificio de amor, no lo divulga, no lo saca en cara: es donación, no es inversión.
El amor nos realiza como personas, pues su origen es nuestro ser esencial, nuestra intimidad: por ello somos felices amando y nada puede quitar la felicidad de amar; ni siquiera el dolor. La felicidad no es temporal como el placer: nadie reclama “¡Ya, suficiente; no quiero más felicidad hasta el próximo martes o hasta que te vuelva a llamar! Es que felicidad no tiene que ver con logros, placer, sino con la realización del ser. Por lo demás, quien ama ya no puede dejar de amar; pues lo que era potencia es realización de ser.
6. Amor que nace nunca muere y, si alguien piensa: yo amé a x persona pero luego lo dejé de amar… la frase correcta tendría que ser: Creí que amaba a X o creíamos amarnos. El amor exige madurez, saber escuchar los silencios, saber leer las mirada, lo que se dice y lo que no se dice…. Saber esperar; saber decir sí y también saber decir no. Saber quién somos y quién no somos. El amor es delicado, es respetuoso, admira al amado-a, le es fiel, se compromete, es dialogante, no se puede ocultar porque lo ahogaríamos ya que irradia a dos seres que trascienden amando: el amor es sensible al dolor, a la alegría, a la belleza. Por ello, no debemos confundir a quien no ama con quien no sabe expresar su amor o no está aún preparado para realizar ese amor porque le falta madurez o porque debe sanar ciertas heridas.
En cuanto persona única e irrepetible, nadie puede reemplazar el vacío de amor que deja un alma egoísta; como tampoco pueden ser reemplazadas las acciones y obras de amor con que cada amante engalana o acaricia nuestro Universo y nuestros mundos. Por ello, los amantes se encuentran en la trascendencia de sus intimidades y amándose crean un “nosotros” y un “lo nuestro”; también únicos, como las obras poéticas: Nosotros, nuestra familia, nuestro hogar, nuestra escuela, nuestros amigos, nuestro barrio, nuestro país, nuestros proyectos… Todos irreemplazables. Se requiere sensibilidad para aprehender lo poético del amor y sólo quien ama será sensible…
7. Así, el amor nos hace crecer como personas, realizarnos. El amor nos fortalece, con una fuerza que se nutre de la imagen del amado-a que es atesorada en nuestra alma y que surge una y otra vez como re-cuerdo (Recuerdo viene del latín re-cordis, donde cordis es corazón. Recordar es hacer que pase por el corazón lo que una vez pasó). Decíamos, entonces, que el amor se nutre de recuerdos y de los proyectos que surgen como expresión del compromiso mismo de amar; donde las promesas de amor, unen a los amantes a través de proyecciones futuras.
El amor es reversible: quien da de sí, al dar, recibe… renace, su alma se ilumina y ella ilumina todo lo que mira: la mirada del amor es la mirada del alma que traspasa lo objetual, lo cósico para aprehender lo esencial. No se queda en el cuerpo del amado aunque lo ame, sino que a través del abrazo recibe al amado mismo: por ello, los amantes siempre se encuentran bellos, porque lo son, porque el amor es bello, porque nuestro ser esencial es bello y porque cuando amamos, ya no podemos ver al otro como a un objeto; pues estamos presentes como intimidad única ante otra intimidad en que reconocemos a un semejante de igual dignidad: Al respecto, nos sirve como ejemplo de esta idea lo que explica Martín Buber, cuando diferencia dos actitudes que podemos adoptar ante los demás: “El niño que habla en silencio a su madre sin nada más que mirarla a los ojos, y el mismo niño que mira algo que la madre tiene como si fuera cualquier objeto” (Marín Buber: “Eclipse de Dios”. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1970, pág. 43) La primera, es la mirada de amor, a la persona…; la segunda, es la mirada que damos a un objeto de uso que sirve en la medida que nos presta utilidad: la primera es la mirada de un yo a un tú; la segunda, es la mirada de un yo a un ello: es la diferencia entre amar y querer. Si hay violencia, si hay odio, si hay falta de respeto, es porque tratamos a las personas como cosas, ellos; que o sirven o se desechan; que se compran o venden, se intercambian o reciclan o tiran a la basura…
Y aquí, no puedo dejar de recordar el caso con que se inició la última Teletón 2011; pues creo es ejemplar de todo lo que hemos expuesto:
¿Quién rehabilita a quién? ¿Acaso no es el amor que hace crecer a un hombre – a Don Julio, el abuelo- quien antes de tener el encuentro con Cristian, su nieto, tenía su ser encapsulado, enquistado, oculto? Son los misterios de la vida… Un pequeño ser, con dificultades de sobrevivencia ostensibles, aparece ante Don Julio y lo hace detener su mero pasar, su indiferencia para consigo y con los demás; Cristian logra lo que nadie antes había logrado… Seguramente, en un primer momento, el abuelo quedó paralizado por el asombro: se encontró ante un pequeño ser indefenso que no era culpable de sus daños ni deficiencias, ni de los retos que ocasionaría a los demás… Seguramente, ello le llevó a tomar conciencia de todos los dones que él gratuita e inmerecidamente poseía: caminar, hablar, hacer uso de sus manos con facilidad…. Autonomía de movimientos…. Pero ¿para qué; qué había hecho con ellos y qué había hecho de sí mismo? ¿Hacerse esclavo del alcohol, de la ira, la flojera, el desorden? Y ahí, frente a él, ese recién nacido que empezará arrastrándose como “una culebrita”; luego, intentando alzar su tronco y cabeza como “un suricato”… Pues será ese niño quien hará presente a Don Julio la decisión más importante: la decadencia o el ascenso; pues ante él aparecerán dos caminos definidos y divergentes: o sigue huyendo o responde; asume o evade. Y Don Julio opta por ser y asume y aprende a amar y a sufrir: su sensibilidad aflora y con ella, el dolor, la fortaleza, el respeto por sí mismo y por los demás. Su sensibilidad le da la sabiduría del amor que le permite ver lo esencial, aquello que está más allá de un cuerpo limitado – el de su nieto- y de una vida mal hecha – la propia- Visiona a dos grandes hombres y a toda una familia y por amor es capaz de superar sus propios vicios y debilidades y nutrir a los demás. Y este gran hombre y abuelo hace de Cristian un ser amado y respetado, a quien regala un hogar y le hace descubrir su valor y dignidad. Cristian, es la luz que requería el abuelo para también vivir y hacerlo dignamente, amando y siendo amado. Coraje, ternura, dolor, compromiso pasaron a ser el semblante de este abuelo que despertó a la verdadera existencia. Y el abuelo “tomó conciencia” que él podía donarle a ese niño lo mejor de sí: amor, fuerza, respeto, coraje, superación del dolor, esperanza, felicidad, otorgarle de su fuerza y el mérito del deber cumplido que nos hace merecedores de los dones gratuitamente recibidos y tantas veces desperdiciados “Que si antes la vida la tomaba muy livianamente o tal vez muy como libertina… ahora no; la tomo con respeto, con cariño” Y el abuelo amó y fue capaz de tomar en sus brazos a Cristian. Cristian, a su vez, le detuvo en su caída. “Yo nací de nuevo; me transformó por entero”
Cristian: “Mi abuelo es como mi ángel protector. Lo amo. Por él tengo ganas de seguir luchando.”
Abuelo: “Y siempre… desde chico.. Gracias tata… No sé… a que él me diga gracias a mi… (se emociona…) Nací de nuevo, yo nací de nuevo; me transformó entero.
Cristian: “¡Mi Tata… son mis piernas. Ya es parte de mi vida… y nunca… le voy a dejar de dar las gracias… por todo lo que…ha hecho él por mí!”
Las miradas de amor, de respeto, de admiración y de gratitud por ambas partes, un abrazo dado desde el alma… nos benefician a todos. Nutren el alma, sobre todo de quienes tenemos por vocación educar: El halo de luz es más notorio en la oscuridad; cuando en medio, de tanta indiferencia, ingratitud, envidias, odios, violencias, mentiras, mezquindades, falta de respeto: aparecen dos seres que representan a todos aquellos por quienes vale la pena amar, sacrificarse y ser mejores.
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