Debemos enseñar a distinguir las realidades
materiales –visibles, objetivables- de las realidades transobjetivas, esto es,
no materiales, por lo tanto, no reducibles a objeto o cosa. Alfonso López Quintás cuenta la siguiente
anécdota:
“Le pregunto a
un niño de unos cuatro años si tiene un pañuelo, y me dice que sí. « ¿Dónde lo
tienes», agrego. Y él señala el bolsillo. Hago lo mismo respecto a un
bolígrafo, y el niño me indica que lo tiene en la carpeta. Hasta aquí todo
transcurre de forma normal. El niño no muestra la menor extrañeza ante mis
preguntas. Pero seguidamente le pregunto cuántos años tiene. El extiende sus
deditos y me dice «cuatro». Entonces, con toda seriedad le pregunto dónde los
tiene. De ordinario, el niño se queda mirándome, no responde y esboza una
sonrisilla. Esta sonrisa denota que mi pregunta le resultó chistosa. De hecho,
es un chiste. El niño no sabe dar razón de ello, pero intuye que algo en mi
pregunta no encaja. Y, como la falta de encaje es provocada por un descenso de
nivel, le resulta cómico”
Tenemos
las realidades “objeto”, “cosa”, “cuerpo”, “materia”, perfectamente
delimitables en el espacio, visibles, mostrables. Pañuelo, bolígrafo son “cosas”, ocupan un
lugar en el espacio; por lo tanto, tiene sentido preguntar dónde están. La edad
de una persona, su alegría o angustias, corresponden a otro tipo de realidades;
se trata de realidades transobjetivas, personales, no son cosa ni parte de una
cosa u objeto guardable o mostrable. La
belleza personal, por ejemplo, pertenece a un ámbito personal, un ámbito
superior al cuerpo, un ámbito muy real pero no visible ni mostrable sino
expresable a través de una biografía, una mirada, una acción, una obra… Por
supuesto, se trata de realidades sólo captables por quienes tienen la
sensibilidad para hacerlo. En el
caso que cuenta López Quintás, el niño
no entiende, no puede dar una explicación académica sobre dónde tiene guardados
sus cuatro años; sólo sonríe porque intuye que la pregunta no tiene sentido; es
un absurdo. Lo mismo acontece cuando nos
preguntan cuánto amamos a alguien… ¿Un kilómetro, una tonelada? De ahí las
respuestas de quienes intentan expresar todo su amor con un: “Te amo de aquí al
cielo o a la eternidad”.
Así, debemos educar para distinguir casa de hogar;
edificio de universidad, perro de compañero de ruta, alumno de persona humana,
llanto de dolor, felicidad de placer, instrucción de educación… Mientras no
distingamos estos diferentes niveles de realidad, seremos seres personas
insensibles que no sabemos de ciencia, arte, política, patria, naturaleza,
religión, familia, amistad, educación o amor pues pondremos en un mismo nivel
de jerarquía lo comprable y lo digno; lo urgente y lo valioso, lo profundo y lo
superficial, la presencia y la apariencia.
Grab Torino
·
Respeto:
La distinción entre realidades – objeto y realidades - transobjetivas, nos
vinculará necesariamente con la virtud que llamamos respeto. El respeto es la actitud ante un igual, es la
actitud de dignidad ante otra dignidad, el reconocimiento de su valor como persona.
También se llama respeto reverencial a aquel que manifestamos ante quien
reconocemos como superior en una dimensión en la cual nosotros nos encontramos
en un nivel inferior: Podemos sentir un gran respeto por un gran artista, por
un ser de actuar heroico, por un gran médico o científico, educador, religioso,
etc. El símbolo de todo respeto es la
reverencia.
La
realidad cosa es objeto y nada más.
Ahora bien, un objeto puede ser elevado a nivel personal, pasando a ser
una expresión personal más, esto es, se reviste de la dignidad personal que le
dignifica, personaliza: Así, el cuerpo ya sin vida de una persona, una obra de
arte, las realidades que llamamos mi casa, mi escuela, mi país, mi bandera, mi
rosa decía el Principito, mi mascota, mi anillo de compromiso… Así, la bandera, los símbolos religiosos, tu
casa… pasan a ser respetados en cuanto
representan una historia de vida personal.
·
Burla, escarnio, desprecio: Por el contrario, la expresión de falta de respeto es la burla con la cual
pretendemos rebajar la dignidad de un ser personal ante otras personas: La
burla es, por otra parte, expresión de malquerencia
o sentimiento de placer que surge al dañar la imagen de otro, rebajando su
dignidad. El escarnio es la burla
llevada al máximo, expresando una odiosidad difícil de conciliar pues involucra
al ser completo como persona y no a un aspecto de él como sería el caso de un
burla que a veces es producto de una insensibilidad por parte del burlesco o
situación momentánea. La malquerencia es
distinta al desprecio pues al despreciado se lo excluye de toda
atención. Quien desprecia no nombra al
despreciado.
·
Gratitud
es otro de las virtudes a formar: Gratus, agradar, agrado, gratitud, gratuito,
congratular, gratificar, agradecer... Recibir un don, un regalo, nos agrada y
lo agradecemos ¿o no? Se agradece no propiamente lo regalado sino el acto de
regalar, la benevolencia puesta en él; su gratuidad. Por ello cada regalo es
único; porque el acto de regalar es único. Es cierto que muchos degradan el
acto de regalar, convirtiéndolo en una verdadera transacción comercial, en un
negocio. Sólo quien es capaz de ir más allá de lo objetual es capaz de
descubrir los valores más altos, inscritos en las acciones más simples, en las
realidades más aparentemente pequeñas. Sólo el hombre que respeta puede
descubrir el valor de la existencia y agradecer se le haya sido donada y puesto
en el centro del infinito Universo.
El ser humano
sensible ama, respeta, agradece. Agradezco
tu existencia dice el amado. Agradezco mi existencia, la del Universo y las
potencialidades para constituirse en descubridor y co-creador. Es más,
conscientes de no haber sido los creadores de la propia existencia, ni del
Universo, surge una mayor gratitud porque se está consciente de que son dones.
Únicos, irrepetibles, irreemplazables en medio de tanta inmensidad y misterio,
con la capacidad de ser conscientes de todo ello y de direccionar las
potencialidades que se nos ofrecen, dando un perfil a este Universo… Beethoven,
Neruda cada uno trascendiendo a través de sus obras que nos privilegian. No
cabe duda; la alternativa es ser agradecido o desagradecido.
Al igual que en el respeto,
el agradecimiento requiere de nuestra detención para contemplar y admirar todo
lo que se nos oferta gratuitamente: ser conscientes de ser, poder apreciar la
belleza de un amanecer, de una melodía, de una persona, de un cuento y, si eres
creyente, de Dios, o como le llames. Agradecemos a quien nos regala. Por
último, tengamos presente que es igual de importante saber recibir un regalo,
ser agradecido; como saber regalar. Se da con el alma; quien da con
indiferencia, no da; a lo más, cumple con un formulismo por apariencia o para
evitar un mal rato; no sentirse incómodo. Igualmente, quien da para dominar o
mostrar superioridad, tampoco regala sino agrede. Regalar requiere amar, generosidad, respeto. Se regala un
sentido no un objeto en cuanto funcional.
• Generosidad
y solidaridad
Sólo el hombre que respeta
puede mantener la distancia necesaria para dejar ser sin reducir, sin dominar;
sino, por el contrario, solidarizar. Solidarizar, solidus, sólido, soldado,
soldar, consolidar… Cuando las personas tienen valores asentados en su alma, tienen
convicciones, son sólidos en los cuales se puede confiar. Los líquidos, en
cambio, no mantienen una forma propia sino que adoptan la del recipiente; no se
puede confiar en ellos como sustento, como base. Pues bien, se es solidario
cuando se va al encuentro de quien también va tras los mismos valores, aunque sea
por caminos distintos y con distinto estilo. Se es solidario porque entonces,
ya no se va solo sino en unión con otros, complementándose, formando equipos,
liderando. Un coro es un equipo conformado por distintas voces que armonizan
porque se ponen al servicio de un sólido que es la recreación de una obra. Un
mismo ideal une en generosidad a los hombres de bien; por sobre las diferencias
de ideas, costumbres y credos. Y no puede ser de otra forma; pues quien respeta
es solidario y, por lo mismo, generoso.
·
Generosidad,
genus, gen, generar. Se es solidario en la construcción, esto es, en la generación
de un bien, de un valor. El solidario coopera con otro en la generación de la
obra. Por ello, el violento no es solidario ni generoso; sí puede ser cómplice. El cómplice, contrariamente, se junta con
otros pero en orden a degenerar, destruir, desvalorar. Así, los cómplices
destruyen valores, personas, naturaleza… debemos educar la sensibilidad para
que el ser humano, cordialmente, respetuoso, agradecido, valore y solidarice
generosamente, en la construcción de un mundo mejor. Sólo así trabajaremos por el
surgimiento de una cultura de la solidaridad y no de la competencia que impulsa
la envidia, la avaricia, la inequidad…
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