La palabra, la imagen y el silencio son vehículos expresivos del encuentro: Es cierto que cada palabra tiene un significado que debemos conocer pero ese significado debe ser fecundado por nuestras vivencias de encuentro, de tal modo que “den cuerpo” a las realidades ambitales, permitiéndonos comunicarnos y comunicar un sentido único; no sólo comunicar “algo” sino comunicarnos nosotros. Necesitamos conocer las palabras guardadas en diccionarios, necesitamos conocer su significado y usarlas para correctamente comunicar algo; pero el lenguaje tiene un sentido superior: puede alumbrar modos únicos y originarios de sentido. Mediante el lenguaje expresamos acontecimientos, pensamientos originarios, credos, sentimientos, poemas, cuentos, novelas, guiones, letras de canciones, mundos imaginarios y mundos descubiertos… Mediante el lenguaje conformamos el armario de nuestra alma, nuestras convicciones, decisiones, hacemos propuestas y re-cordamos. Por ello, cada obra literaria es el fruto del encuentro de un hombre con una vertiente de la realidad, en un momento único de su historia de vida.
· El lenguaje comunica, crea obras de arte pero también crea ámbitos de encuentro o desencuentro: No es lo mismo la corrección fraterna (otra virtud derivada de la prudencia) que se hace con cariño y respeto para procurar un bien para el corregido que el grito y la palabra hiriente o soez, grosera. Hoy es otro problema que se agrava en nuestro país. Sufrimos de coprolalia (copro= excremento; lalia= palabra). El garabato, la grosería se hizo habitual, invadiendo toda relación y ámbito, vulgarizando toda comunicación y quitando la posibilidad del desarrollo creativo a nivel cerebral. Cuando hablamos, potenciamos al máximo el desarrollo cerebral que es posible hasta los 22 o 24 años: debemos en fracción de segundos buscar la palabra que expresa la idea precisa, conjugarla junto a otras, en tiempo, singular o plural, masculino, femenino o neutro y dar la orden a cuerdas vocales, lengua y dientes para que adopten una posición adecuada en pronunciación, tono, acento y calidez… Hoy todo se reduce a un vocabulario mínimo y siempre se hacen las mismas relaciones sinápticas que van dejando las mismas huellas y anquilosando a temprana edad el cerebro. Todo es y todos-as son “h…….”; a tal punto que lo aceptaron como chilenismo. El psiquiatra Otto Dörr una y otra vez alertó sobre el problema que desde año afectaba a gran parte de los chilenos: Transcribo parte y pongo link a uno de sus últimos documentos, en Tribuna. Sábado 19 de Junio de 2010. “Educación y lenguaje”. Academia de Medicina:
“La situación de la educación en Chile ha alcanzado niveles dramáticos, como lo afirmara el ministro Lavín hace algunos días. Los resultados tanto en las pruebas nacionales como internacionales han sido deplorables. Quiero recordar algunas cifras: apenas un 26% de los alumnos de 8º básico alcanzan un nivel suficiente en lenguaje y sólo un 13% en matemáticas (este nivel es llamado con el eufemismo “avanzado”); obtenemos sistemáticamente los últimos lugares en las pruebas internacionales Pisa y Timss; y quizás si lo más impresionante sea que el 84% de los alumnos que han ingresado a primer año de la Universidad de Chile no entienden lo que leen. Los resultados de esta misma prueba de comprensión de lectura en los alumnos de primer año de la Universidad Católica fueron sólo algo mejores. Cabría preguntarse con preocupación lo que estará ocurriendo con los alumnos de las otras universidades, cuando las que hemos mencionado son las mejores de Chile.
¿Cuáles pueden ser las razones de este extraño fenómeno, puesto que no se condice con el nivel alcanzado por el país tanto en el plano económico como institucional? Se han dado muchas, y todas plausibles: el desprestigio de la carrera de profesor, los malos sueldos, el ingreso a las carreras de pedagogía con puntajes mínimos en la PSU, el proceso de municipalización impulsado por el gobierno militar, la pérdida del hábito de la lectura, etc. Yo agregaría a esta lista el imperio en nuestra sociedad de la televisión, que implica un dominio de la imagen sobre la palabra; la primera, efímera, mientras la segunda es secuencial, por estar en todo momento (el lenguaje) reteniendo el pasado y anticipando el futuro, es decir, superando la transitoriedad del tiempo y abriendo un acceso natural hacia la dimensión trascendente. Es el mundo de la palabra y de la música, curiosamente, y según la mitología, el legado que nos dejara al morir el semidiós Orfeo. Pienso, sin embargo, que hay una razón más profunda que explica la crisis del sistema educacional: la paulatina descomposición del lenguaje hablado.
Hace casi veinte años publiqué en estas mismas páginas un artículo titulado “El lenguaje degradado”, en el que manifestaba mi preocupación por la forma en que se venía deteriorando el uso del español en Chile: modulación defectuosa, falta de vocabulario, uso excesivo de muletillas y, lo que es peor, la invasión del habla cotidiana por groserías. Entonces este fenómeno afectaba fundamentalmente a los varones de todas las clases sociales, exceptuando el campesinado provinciano, algunos grupos académicos aislados y personas de edad muy avanzada. Se observaba también una incipiente extensión a las mujeres jóvenes. Hoy el fenómeno ha experimentado un proceso de generalización. Ya los niños de seis o siete años están hablando así, las jóvenes universitarias usan las mismas groserías que los hombres y cada día son más las personas mayores que hacen lo mismo. Sólo falta que las madres se dirijan en esa forma a sus bebés o que los sacerdotes empleen estas palabras en sus sermones. Esta forma de hablar consiste en lo esencial en que una palabreja, en un comienzo empleada como insulto, se ha transformado no sólo en sustantivo, verbo y adjetivo de uso indiscriminado, sino también en final obligado de cualquier frase. Ahora bien, como esta palabreja se acompaña regularmente de otras groserías basadas en contenidos anales y genitales, tenemos que el habla cotidiana del chileno se está aproximando a un tipo de lenguaje muy patológico, que en psiquiatría y neurología se denomina “coprolalia”, palabra que significa “lenguaje excrementicio”, propio de ciertas demencias secundarias a la destrucción de los lóbulos frontales del cerebro, los que constituyen justamente el sustrato biológico de la experiencia ética.”
Grave situación ante la cual no podemos mostrar insensiblidad.
La complejidad de nuestro ser, de nuestra existencia, nos lleva a distinguir entre energías que nos encapsulan en un mundo egoísta, ansioso de poder, vanidad, apariencia, grosería y esas otras energías que nos transportan a un mundo respetuoso, solidario, cooperativo, de convivencia en paz, de realización a través del amor y servicio a los demás. Cada cual elige su camino con las siguientes consecuencias para él y para los demás ante los cuales se erigirá como una oportunidad, un apoyo un obstáculo, maleza….
· Paradójicamente, la realidad que apetezco para satisfacción de mi ego, me seduce, me fascina. Al adueñarme de estas realidades, al poner el sentido de mi vida en las cosas, al reducir lo ambital a lo cósico, siento euforia, exaltación; pero al mismo tiempo, esta visión del mundo y de mi propia existencia me rebaja, me anula en mi condición personal, me insensibiliza para los valores más nobles, me deja en la soledad de quien es incapaz de encuentro: es el proceso de vértigo. La sub-yugación del egoísta nos lleva a las intensas pero superficiales, momentáneas y destructivas emociones de vértigo que enferman, anulan, envilecen, destruyen. Las emociones intensas y profundas del amor llevan al éxtasis, a la elevación, superación. Es la confusión constante entre exaltación y exultación; donde esta última es el goce de la auténtica realización personal; mientras la exaltación es el estar fuera de sí, el vacío, la huida, la enajenación, la violencia en cualquiera de sus formas. En filmes como Requiem por un sueño, Cisne Negro; se expone, magistralmente, la caída del ser humano.
· El éxtasis – a diferencia del vértigo- emerge desde la profundidad del ser esencial, desde su vocación de ser, de ser personas que van al encuentro de otras personas y dispuestas a la generosidad, al respeto, agradecimiento, responsabilidad, compromiso, sacrificio de amor. En esta vía de éxtasis, se despliega la sensibilidad para la grandeza de los valores, de los ideales, de la nobleza, lo sagrado, el respeto, la piedad. Es el ámbito de la felicidad, del encuentro; de la apertura a los valores aunque estos nos exijan esfuerzo y no nos ofrezcan placer, posesión, poder. Los valores confieren dignidad a nuestras acciones porque expresan la dignidad de nuestra esencia de ser. Los valores se revelan a quien participa de ellos: quien quiera descubrir el valor de la justicia no debe limitarse a informarse sobre ella, pues sólo sabrá de ella quien la vivencia a través de una vida justa, de actos de generosidad, de fundar vínculos de armonía, equilibrio, colaboración.
Fuerza; la sabiduría no la entrega la Universidad;
está incoada en cada cual; sólo hay que empezar a ama
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